El monopolio de la educación, por Alberto Bárcena

El monopolio de la educación, por Alberto Bárcena

  • Posted by Qveremos
  • On 20th abril 2022
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  • Ley Educación, memoria histórica

Decía León XIII en su encíclica Humanum genus, de 1884,a propósito de la masonería, cuya condena con excomunión latae sententiae reiteraba, refiriéndose a las políticas de ingeniería social anticristiana impulsadas por la secta: “La masonería tiene puesta la mirada con total unión de voluntades en el monopolio de la educación de los jóvenes. Piensan que pueden modelar fácilmente a su capricho ésta edad tierna y sensible y dirigirla hacia donde ellos quieren y que éste es el medio más eficaz para formar en la sociedad una generación de ciudadanos como ellos imaginan”.

Es evidente que las internacionales, -y la masonería es el precedente de todas las demás, con las que siempre ha mantenido una vinculación mucho más fuerte de lo que podría parecer- siempre han aspirado y aspiran a modelar las sociedades conforme a su ideología e intereses. La Primera de los Trabajadores, cuyos herederos, en cualquiera de sus tendencias, nos gobiernan, se ha distinguido desde sus orígenes (1864) por aplicar el debido tratamiento de choque, incluyendo los más brutales, a las que han ido cayendo en sus manos, por la vía revolucionaria, ya que democráticamente no han llegado al poder en ningún sitio nunca, para remodelarlas a su gusto. Esto se aplica de forma modélica al Gobierno social-comunista que nos domina; que si bien no fue una revolución en el sentido clásico, lo que le llevó a su privilegiada posición sí la consiguió mediante enjuagues políticos tan ajenos a la voluntad popular como los movimientos revolucionarios “tradicionales”, siempre dirigidos por las minorías que luego serán beneficiarias de los mismos. A estas alturas, a pocos se les escapa que uno de los principales objetivos del sanchismo es la destrucción de España en todos los aspectos, como demuestra el hecho de que nuestra Nación se encuentre secuestrada por una coalición de todos sus enemigos; los del interior y los del exterior, sin que podamos establecer cuáles tienen un peso mayor en la toma de decisiones que se anuncian como políticas propias desde el palacio de La Moncloa.

 

Un paso decisivo para lograr una “generación de ciudadanos como ellos imaginan”, en palabras de León XIII, referidas a los sectarios que condenaba, siempre ha sido la educación, eterno caballo de batalla entre esa clase de poderes fácticos y los que verdaderamente buscan el bien común, tarea que, por cierto, incumbe a todos los ciudadanos, familias, asociaciones y cuerpos intermedios en general.. Si de acabar con nuestra Patria se trata, es lógico que desaparezcan, ya definitivamente, de los planes de estudio cualquiera de sus señas de identidad, empezando por su religión y siguiendo por su cultura e historia.

 

El catolicismo puede desvirtuarse hasta su desaparición a base de leyes supuestamente “inclusivas”, contrarias a la Natural, que impiden al católico adecuarse a la realidad social, convirtiéndole en un proscrito dentro de su propio país por el mero hecho de mantener una coherencia de vida, como explicaba Benedicto XVI hace once años al hablar de las persecuciones religiosas; la que tenía lugar en países lejanos y la que ya se daba en la propia Europa. Si a las medidas legales que afectan a todos los ciudadanos, impuestas mediante los mismos enjuagues políticos que llevaron al poder a Sánchez, se suma el acoso del mismo a los centros concertados por aquello de que “los hijos no pertenecen a los padres”, que nos anunciaba en 2020 su ministra Celaá -hoy embajadora en El Vaticano- se comprende que el objetivo central del Gobierno -tan sectario como ilegítimo- no se ha descuidado: una nueva campaña de descristianización se abate sobre España, aunque de momento solamente se profanen algunas iglesias y se derriben cruces, en espacios públicos, aquí o allá. No estamos aún en el ambiente de los años treinta porque los ingenieros sociales y sus empleados han aprendido a trabajar adoptando un perfil más bajo. Aunque no siempre, porque de la destrucción de la mayor cruz del mundo, la del Valle de los Caídos, ya se ha hablado como una posibilidad real, pensando incluso en el fin que se darían a sus restos, convertidos en grava que cubriese una simbólica explanada cercana a su actual emplazamiento. Aparte de que la contigua basílica pontificia ya fue profanada en 2019 sin que ello acarrease a los profanadores -que no se privaron de celebrar un sutil ritual masónico en su interior, presidido por la Notaria Mayor del Reino, castigando de este modo al autor del monumento religioso, y Jefe del Estado, cuya tumba también fue profanada- mayores consecuencias. Aunque se equivocaban si pensaron que no las tendría; como se equivocan en tantas otras cosas, dado su profundo desconocimiento de la Nación que están manejando a su antojo.

 

En cuanto a la educación, tema central de éstas líneas, volvemos a empezar desde el principio:

Se obliga a los colegios a introducir la ideología de género, dogma anticristiano de ese credo del Anticristo, que como dijo recientemente el Papa emérito, se nos impone. Un ejemplo destacable de esa persecución cercana denunciada por Ratzinger en su día. Otra violación de los derechos fundamentales de la familia cometida por el equipo gubernamental. De momento, no se expulsa al docente católico del aula, como se hizo en 1933 gracias a la Ley de Congregaciones Religiosas, aunque entonces se trataba solamente de sacar de la misma a sacerdotes y religiosos; ya habrá tiempo de hacerlo si no se somete a la apostasía obligatoria que trata de introducirse.

 

¡Qué decir de la cultura -Arte y Literatura- de un pueblo que ha heredado uno de los mayores patrimonios, materiales e inmateriales, de la historia de las civilizaciones! Queda reducida a su mínima expresión en el mejor de los casos, cuando no se manipulan, hasta invertirlos, sus contenidos; como sucedió en la interpretación pornográfica del Burlador de Sevilla, nada menos que en el Teatro Español de Madrid. 

Es de suponer que se seguían las indicaciones establecidas por Naciones Unidas en las cumbres de los años noventa (El Cairo y Pekín señaladamente) de utilizar el entretenimiento -radio, televisión y adaptaciones del teatro clásico- para ir introduciendo las nuevas ideologías de diseño contra la vida y la familia. Porque lo del Burlador ocurrió antes de que Sánchez tomara el poder; indudablemente, gran parte del camino hacia el caos ya estaba hecho.

 

Volviendo a nuestros días y nuestra Patria, en materia de educación, la Filosofía, por supuesto, debe desparecer: es peligrosa porque enseña a pensar, a utilizar la razón, atributo exclusivo de nuestra especie que nos eleva, junto con la Fe, a la contemplación de la Verdad -véase Fides et ratio, de San Juan Pablo II-, y de paso ayuda formar criterio; quién tiene algunos rudimentos filosóficos está dotado de ciertos filtros nada convenientes para los amos de los Estados totalitarios; puede ser un disidente.

 

Acabaré con la Historia que merece tratamiento separado. Aparte de su gran proyecto de Memoria Democrática, superador del ya perverso de Memoria Histórica, éste Gobierno necesita, si pretende rematar, como desea, el plan de Zapatero -quien sigue en la sombra inspirando y dirigiendo el proyecto de las redes globalistas- reescribir nuestra Historia, dejando si acaso algún retazo de verdad que haga más creíble su versión:

 

Es para ellos imprescindible que las nuevas generaciones asuman al pie de la letra el discurso oficial, y totalitario, de lo sucedido en España a partir de 1936; para empezar el discurso del Frente Popular, que, diseñado el año anterior en Moscú, en el congreso de la Komintern, llevó a España a la Guerra Civil. No se trata solamente de condenar el franquismo hasta lo esperpéntico, como llevan haciendo sus agentes a través de la dictadura de una “corrección política”, adoctrinadora permanente, dispensadora de financiaciones y censuras de hecho. Con eso no es suficiente: hay que retroceder hasta la Segunda República presentándola como un idílico régimen de libertades en el que no ardieron iglesias ni se creó el abismo educativo que produjo la mencionada Ley de Congregaciones Religiosas, mientras se expulsaba nuevamente de España a los jesuitas, ¡aquellos jesuitas ignacianos, representantes de la excelencia académica por antonomasia! 

 

No deben saber los jóvenes que los máximos dirigentes del PSOE, en sus dos tendencias, -la representada por Indalecio Prieto y la de Largo Caballero- organizaron, y financiaron una revolución en octubre de 1934, porque habían fracasado en las urnas. Ni que dicha revolución alcanzó en Asturias el carácter de guerra civil que obligó al Gobierno republicano a enviar allí al Ejército, mientras coordinaba las operaciones, desde el Ministerio de la Guerra, el denostado General Franco, que de ese modo salvó el régimen que los socialistas trataban de hundir porque aquella no era “su” república enteramente. Ni que ya entonces empezaron los asesinatos de sacerdotes, religiosos y seminaristas. Deberán quedarse con las palabras de la Pasionaria, que calificó lo de Asturias como un movimiento “de gran valor formativo para las masas”. 

 

Se les debe ocultar que aquellos partidos, cuyos líderes -Carrillo (responsable del genocidio de Paracuellos) y la mencionada Pasionaria, regresaron a España, y tuvieron sus escaños parlamentarios en la España de la Transición- fueron los que, junto al resto de formaciones de aquel Frente Popular, pusieron en marcha el holocausto católico: cerca de 7.000 sacerdotes y religiosos (de ambos sexos) asesinados entre 1936 y 1939. Cientos de ellos han sido ya beatificados pero aún siguen abiertas las causas de muchos clérigos y seglares muertos por odio a la Fe. Mientras se destruía concienzudamente una parte sustancial de nuestro patrimonio histórico-artístico por su carácter religioso; eso también debe ocultarse.

 

Podrán pensar que la Seguridad Social la creó Felipe González, pero ignorando a la vez que su país era la décima potencia industrial del mundo cuando murió Franco. Los aspectos económicos y sociales del franquismo no deben conocerse ni remotamente, porque en tal caso quedaría a la vista que la verdadera revolución social española, la que creo la clase media, fue la realizada por Franco. Lo que sucedió no por casualidad sino porque la guía de su gobierno fue la Doctrina Social de la Iglesia como reconoció Pío XII en 1943; el mismo Papa que le concedió la Orden Suprema de Cristo. Sin embargo, la visión que debe permanecer del Generalísimo es la de un tirano asesino comparable solamente a Hitler; porque en relación con Stalin o Mao se guardará, en el mejor de los casos, un respetuoso silencio; a no ser que la triunfante revolución de los 60 llegue finalmente, con cierto retraso, hasta el extremo de exaltarlos.

 

Hablan de estudiar solamente la “Historia de la Libertad”; es decir, la iniciada en 1812, cuando rota la secular unidad espiritual, España, arruinada por la guerra mantenida heroicamente contra Napoleón en defensa de su soberanía y del Antiguo Régimen, y las de Ultramar, último acto de la Revolución Atlántica; aislada internacionalmente por las potencias liberales, se lanzó a una sucesión de guerras civiles que, unidas a la acción de las sectas secretas y el nacimiento de los movimientos nacionalistas, junto con la irrupción del terrorismo anarquista, entre otras muchas causas, estuvieron a punto de destruirla en más de un sentido: en la católica España comenzaba la persecución religiosa, siguiendo el programa de la Revolución: incautación de los bienes eclesiásticos, que, antes que nada, impedían a la Iglesia cumplir sus funciones, legislación adecuada, que llegó, tras la mal llamada Gloriosa, de 1868, a cerrar las facultades de Teología, siguiendo instrucciones del Supremo Consejo del Grado 33, sin exceptuar el derramamiento de sangre que comenzó en 1834 con la primera matanza de frailes ocurrida en España desde la expulsión de los moriscos, en 1609.

 

No deben saber los españoles, en cambio, que hubo un reino visigodo, ni una Reconquista de siete siglos de duración, única cruzada de consecuencias duraderas; porque nada es definitivo en este mundo. Ni que su Patria fue la primera potencia europea durante más tiempo que ninguna otra. Como mínimo, entre 1559 (Tratado de Cateau-Cambresis) y 1648 (Paz de Westfalia). También se les ocultará que el español no fue fue un imperio colonial, porque España llevó al Nuevo Mundo sus instituciones, su cultura y, sobre todo, su Fe; porque a sus habitantes se les reconocieron los derechos inherentes a los súbditos de la Majestad Católica -Véanse las Leyes de Indias- y porque los españoles de la Península, en vez de exterminarlos, como se hizo en el norte del continente, se mezclaron con los indígenas, creando la única sociedad mestiza del Nuevo Mundo. ¡Que no vean los cuadros de castas del Museo de América!

Menos aún deben enterarse de que España, sin buscar, antes al contrario, ninguna ganancia material, mantuvo, mientras contó con los medios necesarios, la ortodoxia católica combatiendo en los campos de batalla de media Europa. Y esa fue una empresa colectiva apoyada por los reyes, los gobernantes y el pueblo en su inmensa mayoría.

 

No deberán conocer el Siglo de Oro, que realmente fueron dos, en los que la producción literaria superó en número y calidad a cualquiera de sus contemporáneos. Tendrán que asumir la leyenda negra antiespañola como ya la aceptan tantos de sus maestros, por ignorancia o por fanatismo. porque, sobre todo, lo que resulta insoportable más que otra cosa, para quienes diseñan el proyecto educativo de desinformación es que España haya sido la única nación que sacrificó todo lo de este mundo a la defensa de un ideal; el más elevado de todos.

 

El combate que contemplamos es muy antiguo, porque en esencia es espiritual; se está librando desde que el hombre, por envidia del demonio, se apartó de Dios;  y continuará hasta la segunda Venida de Cristo.. Aunque los diseñadores de este proyecto mundial piensen que están tocando, por fin, la victoria, se equivocan trágicamente. 

 

ALBERTO BÁRCENA

Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid

Doctor y profesor en Historia Contemporánea por la Universidad San Pablo CEU

 

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