DEMÓCRATAS CONTRA PUTIN

DEMÓCRATAS CONTRA PUTIN

  • Posted by Qveremos
  • On 7th abril 2022
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Hace más de un mes que Rusia invadió Ucrania, y desde el comienzo de la agresión el contador extraoficial de muertos supera los 30.000. Treinta mil. Hay que decirlo varias veces para empezar a asumirlo y que no quede en una cifra unas líneas más arriba de aquella por la que avanzan nuestros ojos. Llegados a este punto, los artículos y análisis no se centran tanto en la causa de la agresión (los motivos que llevaron a Putin a iniciar sus sangrientas andanzas contra su vecino), sino en lo que puede pasar a partir de ahora.

Sin embargo, no podemos dejar de recordar que en su día se afirmaba una y otra vez que uno de los motivos era el temor de Putin a que los valores occidentales que parecían estar cuajando en Ucrania se contagiasen a Rusia, amenazando así su poder dictatorial. Esta tesis prescinde en gran medida de los argumentos geopolíticos y de seguridad (que, al menos para Putin, existen y son tales que justifican la barbarie), y además supone una manifestación de la postura soberbia y condescendiente típica de Occidente. No decimos que sea soberbia y condescendiente porque Rusia responda a los valores de la democracia occidental, sino porque las democracias occidentales son precisamente las primeras que vulneran día sí, día también, esos valores sin ningún rubor. Para muestra, algunos botones:

En todo occidente, las grandes empresas de comunicación mediáticas censuran y proscriben bajo las etiquetas del extremismo y los bulos a quienes alzan la voz contra el discurso oficial de la ideología de género, de la emergencia climática, del animalismo o cualesquiera otros “ismos”. Se ven apoyadas además por activistas disfrazados de periodistas que con la función autoasignada de “verificadores” propagan y apoyan el discurso de la izquierda.

Se sigue manejando la obligatoriedad de inyectarse la vacuna contra el Covid, pese a que cada vez más científicos manifiestan 1) que con el virus mutado no es tan necesaria, y menos para toda la población; 2) que terceras y ulteriores dosis de refuerzo pueden incluso ser contraproducentes; 3) que vacunar a niños es una barbaridad. El presidente de la República Francesa llegó a manifestar en reiteradas ocasiones (no fue un desliz) que había que “enmierdar” a quienes se negasen a vacunarse.

En España mismo, el Gobierno encerró durante tres meses a todos los ciudadanos en un toque de queda atroz, impidiendo incluso a los niños salir a pasear y haciendo alarde de actuaciones policiales contra ciudadanos (p.ej. ciclistas) como si se tratase de operaciones contra el crimen organizado. El Congreso abdicó de forma vergonzosa de su función de control al Gobierno desde el principio, llegando a autorizar una prórroga del estado de alarma durante seis meses, permitiendo así que cualquiera en un despacho oficial se atreviese a decidir sobre la libertad de los ciudadanos. El Defensor del Pueblo ni está, ni se le espera, porque ya desde el principio se plegó servilmente a la voluntad del Gobierno, en lugar de cumplir su función institucional de defender los derechos fundamentales.

También en España, como en toda Europa y EEUU, se propaga la idea rimbombante de los “delitos de odio”; que no son más que censura contra el disidente: el que estudia la Historia y la cuenta como es, no como el Gobierno dice que fue; el que manifiesta obviedades biológicas o el que critica a los lobbies que definen las políticas de izquierdas.

Asimismo, en España, el Gobierno rechaza responder a cualquier crítica con el mantra de que proviene de la extrema derecha, y da lo mismo que se trate de agricultores que protestan por lo precario de sus condiciones, de transportistas asfixiados a pesar de haberse entregado sin reservas durante la pandemia para asegurar el suministro, de cazadores de toda España que defienden su forma de entender la naturaleza frente a los urbanitas ignorantes de la extrema izquierda, de periodistas preguntando por el dinero público usado para pagar viajes del secretario general del Partido Socialista o por los encuentros a medianoche entre el ministro fontanero del Gobierno y una criminal venezolana cargada de maletas. El incumplimiento pertinaz y reiterado de las resoluciones del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno copa portadas un día tras otro.

En España, sin ir más lejos, ayer mismo se votó en el Senado criminalizar el ejercicio de varios derechos fundamentales como el de reunión, manifestación y libertad religiosa al aprobar perseguir como delincuentes a quienes recen ante abortorios y ofrezcan a las madres una alternativa a la tragedia personal y fracaso colectivo que es el aborto.

Las democracias occidentales, pues, censuran, denuncian, persiguen, sancionan y están dispuestas a encerrar al disidente. Aún no han llegado a la brutalidad de Putin, pero todo se andará: la pendiente hacia el totalitarismo es suave e imperceptible al principio, hasta que se torna en barranco por el que las libertades y derechos se despeñan hasta estrellarse contra las aristas de la dictadura. Harían bien las democracias occidentales en fijarse en la viga del totalitarismo en su ojo, y no sólo -que también- en la espada ensangrentada del ojo de Putin.

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