
LOS ERRORES ESTRATÉGICOS DEL PP
- Posted by Qveremos
- On 25th julio 2023
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La elaboración de una estrategia en cualquier ámbito (militar, empresarial, procesal, político, etc.) es un proceso compuesto de numerosos nudos decisorios que deben ir resolviéndose sucesivamente. Algunas decisiones deben adoptarse antes de lanzar la acción, mientras que otras deben quedar a la expectativa de los resultados que se vayan obteniendo. Cuanto más exhaustivamente y mejor trazadas estén todas las posibilidades, con mayor seguridad cabrá aproximarse al objetivo propuesto, que es la medida del éxito de esa estrategia. Por tanto, los peores errores que se pueden cometer son los relativos a las decisiones iniciales -pues un desvío ahí puede hacer descarrilar toda la acción posterior-, así como los que se refieren a las que deberían estar claras desde el principio y no dependen -tanto- de la evolución de los hechos.
En las últimas elecciones (y en las anteriores, y en las anteriores), el Partido Popular (PP) ha cometido dos de esos errores en su apreciación del electorado de Vox. El PP parte de la premisa acertada de que, si aglutinase a todo este electorado bajo su paraguas azul, obtendría una mayoría absoluta. Sin embargo, a esta premisa suma otra absolutamente equivocada, cual es la de pensar que esa absorción es verdaderamente posible. En consecuencia, adoptó una decisión incorrecta de intentar absorber a Vox. Esto, como se ha visto, no ha ocurrido. Ni va a ocurrir.
La premisa equivocada de que el PP puede lograr el apoyo de todos o una inmensa mayoría de los votantes de Vox parte de un diagnóstico incorrecto sobre la motivación de esos votantes. El PP cree -parece creer- que su principal acicate es desalojar del poder a la izquierda. En consecuencia, argumenta una y otra vez que lo mejor es votar al PP, para que el sistema electoral le otorgue la mayoría absoluta y así lograr el poder político. Pero es que la principal motivación del electorado de Vox no es desalojar a la izquierda. Quienes lo crearon y la inmensa mayoría de sus votantes son muy conscientes de que un único partido en el bloque de la derecha (excluidos los nacionalistas de derechas PNV y como quiera que se llame en cada momento lo que queda de CiU) permitiría alcanzar el poder. Pero no es eso lo que quieren.
Vox surgió en 2013, cuando el PP tenía una mayoría absolutísima en las Cámaras y aglutinaba un amplio poder territorial. Accedió al Congreso -la medida de toda fuerza política a nivel nacional- en 2019, después de que el PP fuera desalojado por la moción de censura que permitió a Pedro Sánchez alcanzar la Moncloa. En las segundas elecciones de 2019, más que duplicó su fuerza parlamentaria. Es decir: Vox nace con el PP ya en el poder, y crece y se consolida cuando la izquierda ya ocupa la Moncloa. Si los electores de Vox hubieran querido evitar que la izquierda gobernase, nunca lo habrían apoyado desde 2013, y, desde luego, habrían adoptado la decisión tacticista de votar al PP en 2019 (las dos veces).
A los votantes de Vox, pues, no los anima la voluntad de mantener o instaurar en el poder al PP. Tampoco la intención de desalojar de él a la izquierda. Estos votantes -al menos un apreciable núcleo de aproximadamente el 12% del censo, tres millones de votos- no son votantes calculadores. Son votantes ideológicos. No hacen cábalas sobre la “utilidad” de su voto (concepto sobre el que cabría escribir ensayos enteros). Lo que quieren es que el núcleo de las ideas que defiende Vox tenga reflejo en el panorama político. Sea contra la izquierda, cuando esté en el poder, sea hacia la derecha, cuando gobierne el PP. Vox no nace contra el PSOE: nace del divorcio del PP de 2011 con la parte más ideologizada de su electorado, para quienes votar al PP es votar al PSOE a plazos.
Y así, los estrategas del PP insisten en viajar en el tiempo a antes de 2013, para que todos los votantes de Vox “vuelvan al redil” y de este modo reeditar la mayoría absoluta de los 186 escaños de Mariano Rajoy. Los votantes de Vox miran a 2011 y sus consecuencias y se preguntan “¿para qué?”.
La premisa de que el PP puede absorber a Vox en algún momento es, pues, equivocada. Es muy probable que estas elecciones hayan mostrado su suelo electoral, pues difícilmente este electorado iba a percibir nunca una urgencia mayor para desalojar a la izquierda del poder. A partir de esa voluntad de intentar rebañar por la derecha, el PP ha tomado una serie de decisiones equivocadas que -naturalmente, unidas a otros factores- le han alejado de su objetivo pretendido de lograr una mayoría suficiente para una investidura (esto es, sumar mayoría absoluta con Vox, aunque lo nieguen). Las reticencias y enfrentamientos aireados antes de formar gobiernos regionales, las líneas editoriales de los periódicos que apoyaban al PP, mensajes lanzados por sus actores de campaña, etc., han ahondado en este error. La consecuencia: el PP no ha conseguido absorber a Vox, sino que ha puesto el foco (desenfocado) en ellos, agitando así el “voto del miedo” que tantos electores de izquierdas ha movilizado.
Vox no va a desaparecer. A sus votantes se les dan una higa los cálculos de la sala de máquinas de Génova, precisamente porque para ellos el PP es un peligro sólo un poco menor que el PSOE: lo mismo, pero en diferido. Mientras en el PP no asuman esta realidad y acumulen sus esfuerzos en los votantes moderados, que son los que siempre decantan unas elecciones de uno u otro lado del tablero, van a seguir quedándose cortos para alcanzar sus objetivos.
La aceptación de esta circunstancia pasa por asumir que la aritmética parlamentaria es la que es y que, si se pide apoyo a un partido con un programa distinto, es perfectamente legítimo que este partido pida que se cumpla parte de su programa, para lo cual reclamará, obviamente, poder ejecutivo. También será necesario que deje de intentar convencer a los votantes más ideologizados de su espectro con motivos tacticistas al tiempo que enarbola las banderas que más aversión levantan en esos votantes: no se puede estar en misa y repicando. Finalmente, habrán de romper el discurso monolítico que sitúa a Vox extramuros de lo aceptable, para espantar el argumento del miedo que tan útil ha sido a la izquierda en las elecciones del domingo.
Este fin de semana electoral ha sido un éxito de taquilla la película sobre el físico Oppenheimer. Otro físico eminente, Albert Einstein, definió la locura como hacer lo mismo una y otra vez esperando un resultado distinto. Está por ver si, para las próximas elecciones, en Génova deciden actuar cuerdamente o prefieren seguir abonados a los delirios.
Pablo Ortega
Foto AP
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