Se cumplen hoy cuatro años desde la celebración del pseudo referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 en Cataluña, mediante el cual el movimiento separatista buscaba aumentar la presión y llevar al límite su postura rupturista.

Coincidiendo con esta aciaga efeméride, en la que se pisoteó de forma grave la legalidad, hemos conocido la publicación del informe del Observatorio Electoral de Cataluña (SCC) titulado “Mapas de la fractura en Cataluña: voto, lengua, renta y medios de comunicación (2006-2021)”.

El informe presenta datos muy relevantes, a la par que preocupantes, pero hay uno que resulta especialmente evocador y es el hecho de comprobar que el voto nacionalista/separatista en las elecciones generales, desde las de 1979 hasta las de 2019, NUNCA ha superado el 29% del censo electoral total. En las elecciones autonómicas alcanzó el 37% en 2017, pero bajó al 26% en 2021. Estas cifras demuestran hasta qué punto el separatismo vive en una realidad paralela que intenta imponer a la mayoría silenciosa de la sociedad catalana.

Pero al mismo tiempo el informe no esconde la profunda y grave fractura social generada en Cataluña a todos los niveles. Es dramático comprobar como la imposición de la lengua catalana, el dominio de la educación y el control absoluto de los medios de comunicación, todo ello regado de abundantes subvenciones y ayudas de todo tipo para las esferas separatistas, provoca un aumento del independentismo y el informe advierte frente a la irreversibilidad del arraigo separatista en buena parte de la sociedad.

Es evidente que los líderes nacionalistas utilizan todo tipo de mentiras identitarias, agravios comparativos y una victimización inaceptable intentando crear en el extranjero la visión de España como un estado autoritario.

Lo triste es que haya personas que se sigan creyendo esta farsa. La realidad es que, pasados cuatro años desde el esperpento del 1-O, la sociedad catalana cada vez está más fracturada, liderada por unos políticos incompetentes y sectarios que en lugar de trabajar por los problemas reales de la gente se dedican a alimentar ilusiones imposibles y a arrinconar, perseguir y señalar a una mayoría de la población que es constitucionalista, mientras socavan el prestigio internacional que en su día tuvo Barcelona y arruinan económica y socialmente Cataluña.